Un homenaja a las mujeres de la comuna y de la ciudad, una edición para ellas.
Aquí pueden encontrar la edición completa.
La
siempreviva
Editorial
Desde temprano, las plazas se llenan de
flores: rosas, claveles, girasoles, lirios. Hijos, novios y algunos esposos
desarrugan billetes y eligen entre pétalos rojos y blancos. El Alcalde les ha
mandado a sus empleadas un café con leche, un pastel de arequipe y una tarjeta.
A la hora del almuerzo los noticieros recuerdan el incendio en la fábrica de
camisas Triangle Shirtwaist de Nueva York. Entrevistan sociólogas, actrices,
economistas. Y revelan cifras: ellas, dicen, son más juiciosas, más estudiosas,
más emprendedoras, pero ganan menos que ellos, son acosadas, maltratadas,
aplastadas. Cifras, números, porcentajes. ¿Qué dirían Débora Arango, Frida Kahlo,
Violeta Parra?
No es un asunto de género. La feminidad es
una potencia vital que los hombres también tienen. Nacieron de un vientre y
hasta la muerte llevarán en el centro de su cuerpo la cicatriz que los une a la
madre. Estamos
en un momento cumbre, el individuo lucha por su lugar en la sociedad, que es
cada vez más estrecha. El consumo nos ha llevado a olvidarnos de lo importante,
del fondo de este asunto: la existencia. Y la mujer, siempreviva, nos recuerda
que esa existencia es la conexión con la madre tierra, el lazo que nos alimenta
y nos conecta con el centro, que no se rompe nunca; pero la opresión de la
sociedad se ha empeñado en reducirla a la vanidad y la sumisión.
La mayor
parte de los antropólogos
creen que fueron las mujeres quienes
condujeron las sociedades antiguas hacia el Neolítico (nueva edad de
piedra donde se conoce el uso de la agricultura, la ganadería y la alfarería) y se convirtieron en las primeras
agricultoras, por tener esa relación directa con la tierra. Es Astarté, la
diosa de los tiempos. Para ella era el culto de la naturaleza, la vida, la
fertilidad, el amor y el placer. Los sumerios la llamaron Inana, los acadios
Ishtar, los israelitas Astarot. Ella era la conexión entre el hombre y la
divinidad. Pero los hombres, con sed de poder y de posesión, quisieron conquistar
las tierras y llamarse dueños de ellas. Y entre sus mañas, aparte de los
avances tecnológicos que traían las guerras, estuvo la de nombrar un dios
hombre y señalar a la mujer como pecadora. Su cuerpo, antes puro y sagrado, era
ahora profano, sucio. La llamaron puta.
Esa larga historia
de opresión a lo femenino tiene vencedoras. Ciro, rey de Persia –según el
relato del griego Heródoto, primer historiador de la humanidad– quería
conquistar a los masagetas y se llevó una sorpresa al enterarse de que era
Tomiris, una reina, la que llevaba las riendas de esa tierra. Intentó
conquistarla, creyendo que se rendiría a sus pies. Pero ella le mandó a decir
que se retirara pacíficamente. Ciro no quiso. A cambio, engañó al ejército de Tomiris,
lo emborrachó, y mató y capturó una cuarta parte de este; entre ellos estaba su
hijo. Llena de furia, Tomiris le pidió que le devolviera a su hijo: “Y si no lo
haces así, te juro por el sol, supremo señor de los masagetas, que por sediento
que te halles de sangre, yo te saciaré de ella”. Su palabra fue obra: al
enterarse de que su hijo se había suicidado, ella y su pueblo atacaron a Ciro y
lo vencieron. Luego, Tomiris cogió un odre y empezó a verter en él la sangre de
los soldados. Buscó el cuerpo de Ciro. Luego de que lo encontró, le cortó la
cabeza y la metió dentro del odre, insultándole con estas palabras: “Me has
hundido aunque sigo con vida y a pesar de que soy tu vencedora, pues perdiste a
mi hijo cogiéndole con engaño. Pero yo te saciaré de sangre cumpliendo mi palabra”.
Las luchas por la tierra jamás han terminado.
Una de ellas fue la de Darío, rey de Babilonia, el centro de la cultura y las
ciencias universales. Él estaba empeñado en hacerla independiente de Persia:
“cuando declaradamente se quisieron revelar, tomaron una resolución más bárbara
que extraña, como fue la de juntar a las mujeres en un lugar mismo y hacerlas
morir estranguladas, exceptuando solamente a sus madres y reservándose cada
cual una sola mujer, la que fuese más de su agrado, el motivo de reservarla
sino el de tener panadera en casa y el ahogar a las demás, el de no tener tanta
bocas que consumieran pan”, cuenta Heródoto.
Pero a estas historias las ha
sepultado un sólo día, internacional, en que a la mujer “la dignifican”. Y
luego, el 22 de abril, se celebrará el día de la tierra, y hablarán de lo mal
que está, de lo buena que es, de lo mucho que la necesitamos. La Madre Tierra
es una expresión común utilizada en diversos países y regiones para referirse
al planeta, a la esfera, lo que demuestra la conexión existente entre los seres
humanos, las demás especies vivas y el mundo que habitamos. En Bolivia, por
ejemplo, la llaman “Pacha Mama”, y en Nicaragua se referían a ella como “Tonantzin”.
Sin embargo, para ella tampoco existe un solo día de conciencia, porque estamos
parados en ella todos los días. La responsabilidad de cada uno es promover la
armonía con la naturaleza, la tierra y la mujer, con el fin de alcanzar un equilibrio
entre las necesidades económicas, sociales y ambientales para las generaciones
que vienen.
En Tinta Tres creemos que todos estamos hechos de tierra, de madre. Por eso queremos hacer un homenaje y contar historias que el afán mediático resume en números y conceptos. Los invitamos a escuchar las palabras sabias y a contemplar las obras que con sus manos dulces crean todas las dadoras de la vida, como la chilena Violeta Parra: “Permiso para cortar / la flor del comprendimiento, / la hierba más amistosa / y el fruto del pensamiento, / la hierba más amistosa, / y el fruto del sentimiento, / y el fruto del sentimiento. / Es una barca de amores, / que va remolcando mi alma / y validando en los puertos, / como una paloma blanca, / como una paloma blanca, / como una paloma blanca”.