miércoles, 4 de enero de 2012

Manrique´s micros


Reseña

Por Mauricio Hoyos

Jaime Espinel. Ilustración Mauricio Hoyos
Es un libro que recoge algunos de los mejores relatos de Jaime Espinel, o Esquinel, más conocido entre los nadaístas como Barquillo, quien murió apenas en el 2010 sin demasiados aspavientos, salvo sus amigos nadaístas (y un neonadaísta), el escritor desconocido se hundió en una nube densa de Piel Roja sin filtro. Exagerando mucho Jotamario Arbeláez escribió el 7 de abril de 2010 en El tiempo que “Barquillo es el narrador más bravo, no sólo del nadaísmo sino de la Colombia literaria entera”.  Es un comentario exagerado y escandaloso.
Era un escritor complejo y marginal, fumívoro (hasta la muerte) y nadaísta, se sabe, que dejó algunos libros de cuentos y algunos poemas. Alberto Aguirre, que juzgaba duramente a los nadaístas, dijo del libro de cuentos Agua de luto: “Espinel aborda el problema del texto, ante todo, como lenguaje: por fin un escritor civilizado”. Puede parecer primaria la acotación, pero en este escritor el lenguaje es un problema, que transmite al lector: la realidad se retuerce en estos cuentos, estalla la lógica, no hay nada convencional, lo asaltan a uno de repente los localismos, las palabras que no tienen cabida en el diccionario pero sí en la calle. El asunto es que cuando ha terminado uno de leer, puede quedar como al principio, hace falta otra lectura, para ver si tras ese maremágnum de frases ensambladas como por un narrador energúmeno hay algún cuento, algo que sobreviva como anécdota, para decirle al amigo; mirá, ve, leí un cuento de Esquinel. Y a veces ocurre que sí hay cuento, como en “Chamorro muere a la víspera”, que transcurre en Manrique y en Manhattan, donde pasado y presente, Medellín y New York se transponen, con sepelio. Hay mucho muerto en Manrique´s Micros y mucha bala, mucho Metrallín, mucho bandido, mucha bareta, mucha coca. Por eso no es un escritor recomendable para los niños: ya crecerán y verán por sí mismos, porque es firme en Espinel el compromiso con retratar la realidad hasta donde le alcance la palabra.
 Tal vez sus páginas memorables se pierdan entre el farragoso y delirante soliloquio de sus personajes. Siempre en primera persona, su obra recoge un amplio espectro del drama nacional, desde el crimen de un cura en los tiernos albores de Medellín, el clima de zozobra de la Violencia, los locos 60’s, hasta los rudos años mafiosos, que no cesan, pasando por su versión de la muerte de Gardel, entre llamas, hasta las andanzas de un baterista en un cuento con momentos de mucha intensidad y también final funerario.
Para alguien que viva en Medellín ha de ser normal tanto funeral. Y quedan faltando antihéroes, músicos, toreros,  presos, aquí nadie da ejemplo, ninguno asume ese discurso redentor del que hoy se abusa.
Aludiendo al título, podría pensarse que se trata de un libro sobre Manrique, pero no lo es del todo, aunque Manrique aparece por todas partes. Es esa encrucijada extraordinaria, con bares y cafetines y tangos (“esos berracos tangos de la carrera calibre cuarentaicinco”, dice en alguna parte). El autor vivió allí, en la 70 con 45, “era una cuadra magnética” (dice en Babel, dic-feb de 2006), en Manrique pasó su infancia y juventud durante las décadas del cuarenta y cincuenta, “Manrique es el padrenuestro de penetraciones y dudas” (pag. 95, Manrique´s Micros). Y a principios de los sesentas, cuando su vida lo cruzó con los nadaístas. Son montones las anécdotas donde aparece Esquinel junto a la tropa rebelde. Pero Manrique´s Micros tampoco es sobre los nadaístas, aunque es muy nadaísta el retorcerle el pescuezo al lenguaje, el saltarse las normas, ese estallar en la cara del lector.
Cuando en el 65 viajó a Nueva York, donde estuvo hasta el 71, ya era un joven muy culto, en el avión leía a Faulkner en inglés, aunque no hablaba todavía el idioma y sólo sabía pedir sanduches de atún para comer. Allá escribió (algunos cuentos de Manriques´s Micros), estudió, fue profesor,  se casó, vivió la noche, la cultura, conoció a Bob Dylan (“creo que B.D. es el mejor poeta de habla inglesa del siglo XX“, dijo en Babel, y en uno de sus cuentos: “El Dylan que totaliza todo el sueño de ser inmortal que ha acariciado el hombre”), se cruzó con los mafiosos  colombianos y hasta tuvo tiempo de publicar con otros colombianos (con Amilcar U y otros) una revista: la Gaceta Chibcha.
Se hastió de EEUU y regresó a Medellín con los suyos, cerca a los bares, los billares, las tertulias, el nadaísmo, cerca al sufrido espíritu de los personajes de sus cuentos: ninguno es feliz, casi todos son borrachos, marihuanos, les gusta el tango y Bob Dylan y Benny Moré y son muy cultos, pues extrañan las lentas conversaciones sobre Proust, saben de Dylan Thomas, Kerouac, Joyce, en fin.  A veces sueltan frases esplendidas: “el mal es una sola hermandad dispersa sobre el planeta” (pag. 273, Manrique´s…). Manrique tiene, pues, su escritor de culto nacional, que puede dar alguna idea a los Manriqueños sobre su alma, si es que un barrio puede tener alma. 



Texto publicado en la edición literaria.

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