Reseña
Por Mauricio
Hoyos
Jaime Espinel. Ilustración Mauricio Hoyos |
Es un libro
que recoge algunos de los mejores relatos de Jaime Espinel, o Esquinel, más
conocido entre los nadaístas como Barquillo, quien murió apenas en el 2010 sin
demasiados aspavientos, salvo sus amigos nadaístas (y un neonadaísta), el
escritor desconocido se hundió en una nube densa de Piel Roja sin filtro.
Exagerando mucho Jotamario Arbeláez escribió el 7 de abril de 2010 en El tiempo que “Barquillo es el narrador más bravo, no sólo del nadaísmo sino de la
Colombia literaria entera”. Es un
comentario exagerado y escandaloso.
Era un
escritor complejo y marginal, fumívoro (hasta la muerte) y nadaísta, se sabe, que
dejó algunos libros de cuentos y algunos poemas. Alberto Aguirre, que juzgaba
duramente a los nadaístas, dijo del libro de cuentos Agua de luto: “Espinel aborda el problema del texto, ante
todo, como lenguaje: por fin un escritor civilizado”. Puede parecer
primaria la acotación, pero en este escritor el lenguaje es un problema, que
transmite al lector: la realidad se retuerce en estos cuentos, estalla la
lógica, no hay nada convencional, lo asaltan a uno de repente los localismos,
las palabras que no tienen cabida en el diccionario pero sí en la calle. El
asunto es que cuando ha terminado uno de leer, puede quedar como al principio,
hace falta otra lectura, para ver si tras ese maremágnum de frases ensambladas
como por un narrador energúmeno hay algún cuento, algo que sobreviva como
anécdota, para decirle al amigo; mirá, ve, leí un cuento de Esquinel. Y a veces
ocurre que sí hay cuento, como en “Chamorro muere a la víspera”, que transcurre
en Manrique y en Manhattan, donde pasado y presente, Medellín y New York se
transponen, con sepelio. Hay mucho muerto en Manrique´s Micros y mucha bala,
mucho Metrallín, mucho bandido, mucha bareta, mucha coca. Por eso no es un
escritor recomendable para los niños: ya crecerán y verán por sí mismos, porque
es firme en Espinel el compromiso con retratar la realidad hasta donde le
alcance la palabra.
Tal vez sus páginas memorables se pierdan
entre el farragoso y delirante soliloquio de sus personajes. Siempre en primera
persona, su obra recoge un amplio espectro del drama nacional, desde el crimen
de un cura en los tiernos albores de Medellín, el clima de zozobra de la
Violencia, los locos 60’s, hasta los rudos años mafiosos, que no cesan, pasando
por su versión de la muerte de Gardel, entre llamas, hasta las andanzas de un
baterista en un cuento con momentos de mucha intensidad y también final
funerario.
Para alguien
que viva en Medellín ha de ser normal tanto funeral. Y quedan faltando
antihéroes, músicos, toreros, presos,
aquí nadie da ejemplo, ninguno asume ese discurso redentor del que hoy se
abusa.
Aludiendo al
título, podría pensarse que se trata de un libro sobre Manrique, pero no lo es
del todo, aunque Manrique aparece por todas partes. Es esa encrucijada
extraordinaria, con bares y cafetines y tangos (“esos berracos tangos de la
carrera calibre cuarentaicinco”, dice en alguna parte). El autor vivió allí, en
la 70 con 45, “era una cuadra magnética” (dice en Babel, dic-feb de 2006), en
Manrique pasó su infancia y juventud durante las décadas del cuarenta y
cincuenta, “Manrique es el padrenuestro de penetraciones y dudas” (pag. 95, Manrique´s Micros). Y a principios de
los sesentas, cuando su vida lo cruzó con los nadaístas. Son montones las
anécdotas donde aparece Esquinel junto a la tropa rebelde. Pero Manrique´s Micros tampoco es sobre los
nadaístas, aunque es muy nadaísta el retorcerle el pescuezo al lenguaje, el
saltarse las normas, ese estallar en la cara del lector.
Cuando en el
65 viajó a Nueva York, donde estuvo hasta el 71, ya era un joven muy culto, en
el avión leía a Faulkner en inglés, aunque no hablaba todavía el idioma y sólo sabía
pedir sanduches de atún para comer. Allá escribió (algunos cuentos de Manriques´s Micros), estudió, fue
profesor, se casó, vivió la noche, la
cultura, conoció a Bob Dylan (“creo que B.D. es el mejor poeta de habla inglesa
del siglo XX“, dijo en Babel, y en uno de sus cuentos: “El Dylan que totaliza
todo el sueño de ser inmortal que ha acariciado el hombre”), se cruzó con los
mafiosos colombianos y hasta tuvo tiempo
de publicar con otros colombianos (con Amilcar U y otros) una revista: la Gaceta Chibcha.
Se hastió de
EEUU y regresó a Medellín con los suyos, cerca a los bares, los billares, las
tertulias, el nadaísmo, cerca al sufrido espíritu de los personajes de sus
cuentos: ninguno es feliz, casi todos son borrachos, marihuanos, les gusta el
tango y Bob Dylan y Benny Moré y son muy cultos, pues extrañan las lentas
conversaciones sobre Proust, saben de Dylan Thomas, Kerouac, Joyce, en fin. A veces sueltan frases esplendidas: “el mal es
una sola hermandad dispersa sobre el planeta” (pag. 273, Manrique´s…). Manrique tiene, pues, su escritor de culto nacional,
que puede dar alguna idea a los Manriqueños sobre su alma, si es que un barrio
puede tener alma.
Texto publicado en la edición literaria.
0 comentarios:
Publicar un comentario