A propósito del Torneo de billar de la comuna
En Manrique el billar ha sido el espacio para el encuentro de varias generaciones de amantes del mítico juego, del tango, de la salsa, de la bohemia, de la noche, de la locura.
Por Carlos Andrés Orlas
Fotografía: Guillermo Ospna
Ilustración Andrés Sánchez |
Según el cantautor francés Manu Chau, en la canción que le dedica a Maradona, “la vida es una tómbola”. Yo diría que es también una carambola, un choque de fuerzas, una fricción energética y azarosa que impulsa el rodar y rodar de las bolas.
A los diez años di mis primeras tacadas, allí aprendí a medir la fuerza y a “probar finura”. Rememorando esto es que me permito dar unas disertaciones sobre el billar.
Me figuraba el juego como una mezcla de música, vibración, tacto y estilo, que es todo lo que hay en una carambola bien tacada. Cuando jugaba me sentía pleno, lleno de vitalidad y con cierto hálito de malevaje, producto del ambiente bohemio que tienen los billares, donde mecánicos, obreros, campesinos, bandidos, ex presidiarios, y algunas mujeres, tararean un mismo tango, una misma salsa.
Los billares son el lugar donde el pueblo bebe, juega, canta y conversa entre el tas- tas de las carambolas. En estos lugares siempre me he encontrado con cierto ambiente alegre, libre, como de plaza de mercado olorosa a tierra. En Bello Oriente, por ejemplo, las mesas de billar comparten espacio con las galleras, legumbrerias y cantinas campesinas.
Todos arriban al billar en busca de una feliz tacada (una carambola bien hecha produce plenitud). Jugar billar es poner a rodar la vida en una bola, olvidarse de que mañana hay que hacer algo, viajar con una bola en cuatro bandas, explanarse en la infinitud de la mesa con sus múltiples posibilidades, incluso jugar al azar.
Aunque el billar no es un juego de azar sino más bien un arte de la precisión y el cálculo empírico.
El billar tiene magia, poesía, color, olor, sonido y tacto. Eso sentía cuando cogía el taco y me lanzaba a hacer carambolas. Jugaba chicos (o pierde y pagas) con grandes, me “mareaba” cuando me estancaba en el fichero y me extasiaba cuando avanzaba. Así es el billar: una apuesta por la precisión; una carambola es el resultado de una reflexión donde cuerpo y mente se conjugan en una sola fuerza que impulsa la bola, que es decir también la vida.
A los diez años di mis primeras tacadas, allí aprendí a medir la fuerza y a “probar finura”. Rememorando esto es que me permito dar unas disertaciones sobre el billar.
Me figuraba el juego como una mezcla de música, vibración, tacto y estilo, que es todo lo que hay en una carambola bien tacada. Cuando jugaba me sentía pleno, lleno de vitalidad y con cierto hálito de malevaje, producto del ambiente bohemio que tienen los billares, donde mecánicos, obreros, campesinos, bandidos, ex presidiarios, y algunas mujeres, tararean un mismo tango, una misma salsa.
Los billares son el lugar donde el pueblo bebe, juega, canta y conversa entre el tas- tas de las carambolas. En estos lugares siempre me he encontrado con cierto ambiente alegre, libre, como de plaza de mercado olorosa a tierra. En Bello Oriente, por ejemplo, las mesas de billar comparten espacio con las galleras, legumbrerias y cantinas campesinas.
Todos arriban al billar en busca de una feliz tacada (una carambola bien hecha produce plenitud). Jugar billar es poner a rodar la vida en una bola, olvidarse de que mañana hay que hacer algo, viajar con una bola en cuatro bandas, explanarse en la infinitud de la mesa con sus múltiples posibilidades, incluso jugar al azar.
Aunque el billar no es un juego de azar sino más bien un arte de la precisión y el cálculo empírico.
El billar tiene magia, poesía, color, olor, sonido y tacto. Eso sentía cuando cogía el taco y me lanzaba a hacer carambolas. Jugaba chicos (o pierde y pagas) con grandes, me “mareaba” cuando me estancaba en el fichero y me extasiaba cuando avanzaba. Así es el billar: una apuesta por la precisión; una carambola es el resultado de una reflexión donde cuerpo y mente se conjugan en una sola fuerza que impulsa la bola, que es decir también la vida.
Entre el 17 y el 18 de septiembre se celebró en Manrique, en el billar Locuras, la final de un torneo en cuyas eliminatorias participaron billaristas de Bello Oriente, Manrique oriental, El Raizal y Versalles. Allí se desplegó la fantasía de los billaristas entre la modalidad libre y tres bandas. Experimentados jugadores de la comuna compitieron en cuatro vueltas o eliminatorias a muerte súbita.
En la final se enfrentaron cuatro jugadores en dos llaves, a muerte súbita en una sola partida. Los dos ganadores disputaron la final y los dos perdedores el tercer y cuarto puesto.
Los ganadores se llevaban como premio un taco profesional, sudadera, chaqueta y morral. El primer premio en la modalidad libre fue para Juan Castrillon y en Tres bandas para Pablo.
En la final se enfrentaron cuatro jugadores en dos llaves, a muerte súbita en una sola partida. Los dos ganadores disputaron la final y los dos perdedores el tercer y cuarto puesto.
Los ganadores se llevaban como premio un taco profesional, sudadera, chaqueta y morral. El primer premio en la modalidad libre fue para Juan Castrillon y en Tres bandas para Pablo.
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