martes, 11 de octubre de 2011

Los caminos de la falta

Bitácora y balance que deja “el recorrido”
Por Francisco Monsalve

Cuando en el plato de sus nietos, la bebé Manuela y los dos pequeños Juan Fernando y Mariana, falta una papa, un aliño, alguna sustancia, Consuelo Echavarría sabe que al día siguiente debe madrugar, acondicionar bolsas y costales, echar a andar Manrique abajo.

Recorrer con Consuelo ese destino es empezar desde su destierro, detenerse ante el rostro de la pobreza, ir desde Bello Oriente hacia el occidente, hacia la despensa de la ciudad, jornada que se puede alargar, todo un día incluso, sobre los caminos de la falta.
  
Bitácora:
Bello Oriente, martes 26 de julio, cinco y cuarenta de la mañana. Nunca ha sido un mito lo que se cuenta del agua de panela: compartirla en su cocina parece indicar que siempre la habrá en abundancia. Salimos con la niebla, hace frío.

Recolectores urbanos
Mientras cierra el portón de su rancho pregunto a Consuelo la ruta que seguiremos; ella sonríe y me entrega un costal que reservó para mí “Hoy vamos al centro, vamos por la malanga”, como también le llaman a la papa en su natural Urabá.
“En mi finca lo tenía todo y vea ahora”, dice Consuelo, como la mejor forma de iniciar nuestro viaje, desde su destierro. En el año 2002, dejó las 200 hectáreas que conformaban la finca familiar, cerca de Pueblo Nuevo, para refugiarse en el barrio 20 de Julio, Medellín, luego de sobrevivir con su familia a una de las 198 acciones armadas  que se registraron en la zona, según reporte oficial.
En esos mismos días conoció a Carmen Arias, quien le enseñaría el trabajo de recolector urbano, en el que contaba con una experiencia de 35 años.  Hoy Consuelo tiene 53 años de edad, y en el último diciembre cargó en sus hombros hasta su casa un televisor que alguien le regaló en el recorrido “me daría mucha pena que me vieran robando”, afirma.

La Cruz, seis y veinte de la mañana. En dirección hacia el occidente se marca
un trecho del camino cuando el sol da contra la espalda y proyecta una sombra
tímida; otro, cuando se llega al primer lugar de espera.

A medida que avanzamos se suma más gente a la marcha, con un buenos días y un estrechón de manos. Entre ellos Josefina Angarita, de acento Vallecaucano, quien más adelante en nuestro camino contará como una retahíla que salió desterrada del oriente, que el tendero cobra alto por la yuca, que las semillas, que la tierra, que el gobierno…
Consuelo se suma a una fila de mujeres y hombres que esperan una señal desde una bodega. Por una puerta alguien entrega bananos. La espera es larga, inamovible, burocrática, aunque para ella no lo es tanto, pues es el precio, según dice, que pagan.

El hambre, sus estrategias

Mercado El Acontista. diez de la mañana. Me piden ayuda en la distribución de alimentos, a lo que accedo con gusto.
Algunos prefieren no llevar sidras, a las que ya se les ve retoñar. Un hombre se muestra muy interesado por ellas
y pide llevar las que pueda darle pues “Ya están listas para sembrarlas”. 

Aunque en la actualidad Consuelo solo hace el recorrido los martes y jueves, por años su itinerario fue el siguiente: Lunes, Manrique; Martes, Centro; miércoles, Villa Hermosa; jueves, Cristo Rey; Viernes, San Diego; Sábado, de nuevo al Centro. “La comida va uno y se la consigue, no hay día en que se venga sin nada” afirma consuelo.
 La suya es una táctica para engañar a la ambición, valiéndose del complicado proceso por el que se distribuyen las 80 mil toneladas de alimentos que según la Organización para la agricultura y la alimentación de las Naciones Unidas, FAO, ingresan mensualmente a Medellín.
Las pérdidas de alimentos en Colombia, según la FAO, para los mercados que llevan registro en volumen, alcanzan las 156 toneladas diarias, lo que serviría para alimentar a la población de cuatro ciudades similares al tamaño de Manizales.

Dos y treinta de la tarde, anotación final: Antes de  recibir la que sería la última ración de Consuelo para la semana, un joven despeinado y sucio ofrece a los que esperan, como en un homenaje,  como si les hicieran falta, flores ajadas.
De su gesto alcancé a dibujar el siguiente bosquejo:


Nuestro paso por el centro de la ciudad se acerca a su final. El balance que hace Consuelo del día es bueno; yo tampoco puedo quejarme: si el hambre mata anualmente a entre 10 y 20 millones de personas en el mundo, con las bolsas a reventar, con la malanga bajo el brazo, por hoy estamos a salvo.


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