Trámites de la indiferencia
hacia las víctimas del conflicto armado
Por Alexander Zuleta
Medellín,
Plaza de Botero, diez de la mañana. Un sol renaciente
en el bullicio que caracteriza al centro de la ciudad. Caras alegres, tristes,
sucias, ruborizadas, esperanzadas; que se revuelven en el entorno y pasan a ser
la decoración de la ciudad; observadas unas a otras reflejando su forma de
vestir, de caminar, de vivir la ciudad.
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Fotografía de Leider Restrepo |
En el edificio que
limita con la iglesia La Veracruz hay estatuas animadas, filas de humanos que
esperan atención. Son los desplazados. Todos los días desde las cuatro de la
madrugada llegan allí a enfilarse para ser atendidos “rápido” a las ocho de la
mañana. Es una larga espera llena de tinto, frío e incertidumbre por saber las
respuestas de sus trámites. En este cuarto piso de escaleras estrechas y luz
tenue, el olor de las personas se impregna en el ambiente, huele a todos y a
nadie, las respiraciones se logran escuchar entre viejas, jóvenes, gordas, con
o sin hambre.
Personas que buscan
ser reconocidas, con afán de mostrar a costa de lo que sea su “desplazación”, como expresa un hombre que
desde la fila quiere que lo escuchen, pues sólo busca no dejar en el olvido lo
que pasó con su familia. Cansadas o no, enfermos o saludables están ahí, y es lo único que importa con tal de lograr
su objetivo: subsidios económicos, reconocimiento de sus familiares asesinados
o expresar su inconformidad por no recibir la atención que ameritan.
Son víctimas, han sido
desplazadas, subordinadas, amordazadas, silenciadas, ignoradas, olvidadas;
hijas de la situación política y social de Colombia, que ha nutrido sus tierras
con millones de litros de sangre de hijos, padres y hermanos.
El gobierno colombiano
contribuye con esa incertidumbre y desolación, al crear leyes e instituciones
que deben atender a las víctimas, pero con bases no muy sólidas asumen el papel
de “tramitar la indiferencia”, pues la evidencia está en las miles de personas
que cada día aumentan, a la espera de una solución, mostrando la necesidad de más instituciones,
más lugares, así sea sólo para acoger sentimientos y promesas que aún no han
sido escuchadas.
Este es uno de los
principales problemas que tienen las víctimas fortalecido por su analfabetismo,
por su vigente temor y miedo a expresarse, a hablar. Así lo manifiestan algunas
voces que lo representan: a la pregunta a un desplazado anónimo ¿conoce usted
algún movimiento que defienda a las víctimas?
dice con recelo, miedo e inseguridad: “sí, sí, yo sé que nos van a pagar, esa es la meta que
dice el gobierno”.
Luego José de Jesús
Henao, asume su posición, expresándose ante la pregunta ¿a usted lo
reconocieron como víctima? como su desespero y necesidad lo dejan:
“Por eso estoy aquí,
para cuadrar papeles”.
y ¿usted conoce sus
derechos?
¡Conoce uno los
derechos, pero si no se los reconocen uno que hace!
Con una cifra de 5.2
millones de desplazados según la Consultoría para los Derechos Humanos y el
Desplazamiento (CODHES), el país muestra
su abandono e indiferencia con las víctimas, acrecentando más la situación deprimente
en que viven y olvidando la integridad de todo ser humano, que todo
lo ha dado.
2 comentarios:
Y lo mismo pasa con la salud, con la educación, etc, etc, etc. Puras patrañas para enredarnos. Cortinas de humo. Pañitos de agua tibia.
Viví situaciones muy parecidas en Bogotá cuando estuve en las filas del desplazamiento. A veces, desde las 3:30 de la mañana del frío bogotano para recibir la pírrica cuota de alimentos y arriendo, exponiéndose a ser buscado en ese blanco fijo que es la fila. Al final, tocó regresar a exponer el pellejo a los asesinos: una ong se robó la plata de los "proyectos productivos".
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