miércoles, 14 de marzo de 2012

Lista la edición Nº 9

Movilidad y transporte

Editorial


Manrique, con la frente marchita


Un recorrido por la 45

 Por: Carlos Andrés Orlas

Hay que salir a los caminos y enunciar desde ahí el acontecer, la movilidad, el fluir humano, el éxodo, el cambio, la eterna errancia. Escuchar el territorio, que es decir también los latidos, contracciones y expansiones, ritmos y
voluptuosidades de nuestro espacio de vida, de la casa de todos y todas,
el espacio más público: la calle, el barrio, la comuna.


A Manrique subo jadeando de calor y bajo curveando como las vacas, paisajeo desde cualquier rincón y me percato de las trasmutaciones urbanas, humanas, de las infinitas posibilidades de diseñar el espacio que habitamos. A la subida me como una arepa con buñuelo por 500 pesos, “buen comienzo”.  Llego a la 45 y ¡qué sorpresa! es el primer día del Metroplús en funcionamiento (la obra “negra” del proyecto ya llevaba aproximadamente dos años estancada).


Este acontecimiento arquitectónico y de “movilidad” toma toda mi atención, me comienzo a sentir en una pequeña Detroit, pienso en el Transmilenio, en las calles que se amplían para mejorar la movilidad de los carros, mis imágenes son fragmentos de una colcha de retazos con las que trato de componer el relato.


El Metroplús ahora transita como un monstruo maquínico por lo que fue la calle del Tango, la memoria popular, musical y bohemia de Manrique. No puedo andar por la calle siendo un transeúnte sino por la acera como un usuario, eso parece decirme el ojo único y acusativo de los policías que ahora “cuidan” la vía en su día inaugural. No creo que esta sea una calle para transitar y divagar como en otros años, acompasar la soledad con un Tango, Tormenta, de Francisco Canaro, o caminar chupando naranjas.
Sigo caminado por la nueva carrera y me siento en un cuento de Cortázar, dando vueltas, caminando al filo de una atropellada, mirando peces en las lejanas peceras, saboreando la nada sin una cámara fotográfica, divagando sobre la ciudad que extiende sus tentáculos metálicos y aparatosos sobre la comuna.


Lo único que justifica estas caminadas es la experiencia erótica del mirar, la sed del ojo, la búsqueda de la magia y del deslumbramiento en cualquier rostro de la fugacidad, en cualquier mural del barrio, en cualquier color que se anuncia desde el cielo y se transmuta en los ojos de la muchacha que pasa. Veo que al lugar por el que camino le sobreviene un desastre, una invasión, inversión dirían otros. Por eso empiezo a caminar más lento, a detallar.
Sin embargo, decido subir al Metroplús. No camino más. Subo en este bus estilo alemán, confortable, con colores de hospital, y me percato de los rostros de las personas, son los rostros de la Cultura Metro llevada hasta el bus. En el Metroplús no hay lugar para el vendedor ambulante, para la subida “por la de atrás”, para la “pega” en la cicla, para el radio, ni la risa ni el colorido, ni el surrealismo de los buses folclóricos de las comunas.
Por fin me bajo del metro…no más líneas, ni transferencias, ni “señores usuarios”. Continúo a pie. Así se piensa mejor.


Tango, memoria y amargura

Me siento encabronado o más bien abrumado por tanto acelere. Sigo con lo viejo, me sobreviene un sentimiento frío como la náusea. La 45, para decirlo con el tono agridulce de la nostalgia, fue un lugar construido por el pueblo para encontrarse y compartir una palabra, un tinto al sabor de una milonga, un alimento, un silencio.


No extraño nada. No espero tampoco nada. Tan solo transito y observo. Veo que el desierto crece. Los buses crecen. La gente se adapta o “normaliza” y también crece. Los edificios aumentan, ¿dónde jugarán los niños? Nos niegan la calle, nos imponen la vía, nos dañan la vida, nos acomodan en el juego geopolítico de la ciudad. Somos parte de un megaproyecto, el sistema circulatorio de la metrópoli.
 El paisaje anuncia grandes cambios. Decido mirar hacia el cielo. 
Mi fragmentario recorrido ha terminado. Como la memoria son retazos esto fue lo que capto en una caminada por Manrique la 45. Nada más. Basta “sentir que es un soplo la vida…” y ser capaz de indignarse… sigo caminando,  sintiendo sin tiempo, más bien con la memoria viva, tejiendo sobre la nada infinita, con la mirada vivaz y la contradicción a cuestas, con la náusea: trasbocando ensoñación. 

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